Nacimiento en Trancas, en la provincia de Salta, la escultora Lola Mora, autora de la fuente Las Nereidas, emplazada en Buenos Aires. Debió luchar contra prejuicios de la época. Se interesó por la explotación minera. Falleció el 7 de julio de 1936.
Hija de Romualdo A.
Mora y Regina Vega, comienza su formación artística tomando lecciones de
dibujo con el maestro italiano Santiago Falcucci en San Miguel de
Tucumán. Allí ejecuta retratos de personalidades tucumanas y adquiere
cierta notoriedad. En 1892, gracias a las gestiones de su maestro,
expone en la sección de bellas artes de una kermesse organizada por las
Damas de Beneficencia. Dos años más tarde exhibe una colección de
retratos de gobernadores de la provincia de Tucumán en una exposición de
la Sociedad de Beneficencia. Según Falcucci, el gobierno tucumano
compra todas las obras en 5.000 pesos.
En 1896 la artista
gana una beca del gobierno nacional para formarse en Roma. Allí logra
ser aceptada en el taller del pintor Francesco Paolo Michetti, donde
conoce al escultor Giulio Monteverde, autor del monumento a Mazzini
emplazado en marzo de 1878 en la ciudad de Buenos Aires, con quien
comenzaría a estudiar poco después. Durante algunos meses el gobierno
argentino suspende su pensión, razón por la cual la artista tiene que
comenzar a vender sus obras para sostenerse. Sus protectores en
Argentina e Italia logran que se le vuelva a otorgar una beca y
facilitan su inserción en los círculos sociales de Roma, donde Lola
encontraría en el futuro a varios comitentes. Su actividad en la ciudad
italiana es, por otra parte, con frecuencia comentada en la prensa
porteña, que publica noticias sobre los encargos y viajes por Francia,
España y Alemania.
Hacia fines de siglo
expone con el seudónimo L. M. di Vinci el medio busto de una campesina
en el palacio de Bellas Artes de Roma. En 1900 recibe su primer encargo
oficial: dos bajorrelieves destinados a la Casa Histórica de Tucumán,
que representan los sucesos del 25 de mayo de 1810 y del 9 de julio de
1816. El entusiasmo generado por aquel encargo la lleva a proponer al
gobierno argentino, a través de la municipalidad de Buenos Aires, la
realización de una fuente para la ciudad capital. Aceptada la oferta, se
elige la Plaza de Mayo como destino de la obra, aunque ese
emplazamiento inicial sería muy discutido con posterioridad, sobre todo
una vez conocido y aprobado el boceto de la fuente, cuya temática
mitológica y, en rigor, sus numerosos desnudos, no parecen haberse
considerado adecuados para ser instalados frente a la Catedral.
Entre 1900 y 1902 se
aboca a la realización de la Fuente de las Nereidas. Comenzada en Roma,
la obra es terminada y ensamblada en Buenos Aires, luego de
innumerables dilaciones y debates sobre su emplazamiento, en los que no
está ausente la discusión de su mérito artístico. Finalmente se decide
ubicarla en el Paseo de Julio, y la obra es inaugurada en 1903.
El 27 de mayo Leopoldo Lugones le dedica una página en el diario Tribuna
que condensa muchos de los prejuicios y elogios que suscita su
inauguración: “Sea como quiera, y con todos sus defectos que sería
imperdonable callar [...] una obra en la cual hay tres estatuas de
indiscutible mérito y cuya totalidad es bella, merece franco aplauso. El
sexo de la autora, su juventud, sus estudios poco más que elementales
en el género, y su cultura, indudablemente escasa como la de todas las
argentinas, datos que, si no disculpan mamarrachos, suspenden las
conclusiones severas, todo eso induce a presagiar para la próxima
cosecha [...] el triunfo definitivo que Dios no quiera malogren las
lisonjas o los desengaños”. En 1918 la obra es trasladada a la Costanera
Sur.
A pesar de los
debates, en 1903 la artista vuelve a Roma con una enorme cantidad de
encargos oficiales. Además, gana el primer premio de un concurso
organizado en Melbourne para erigir una estatua de la reina Victoria en
esa ciudad. Sin embargo, en circunstancias cuyos detalles se desconocen,
vende el boceto al escultor que finalmente se encarga de su
realización. En Roma proyecta y supervisa la construcción de su villa en
Via Dogali, que se convierte en centro de reunión de intelectuales,
artistas y visitantes ilustres. En 1906 regresa a Buenos Aires a
terminar las obras destinadas al Congreso Nacional, que años después, en
1913, serían también separadas de su emplazamiento original. Instalada
su residencia y taller en las dependencias del mismo Congreso, conoce a
Luis Hernández Otero, funcionario de la institución, con quien se casa
en 1909. Juntos retornan a Roma, y allí Lola Mora trabaja en los
monumentos a Nicolás Avellaneda y a la Bandera, aprobados antes de
partir. El de Avellaneda es inaugurado en 1913 en la localidad que lleva
su nombre; el segundo es trasladado a destino pero nunca ensamblado, y
sus diferentes partes quedan repartidas en distintos paseos de la ciudad
de Rosario. Recién en 1997 se las reúne y ubica cercanas al Monumento
Nacional a la Bandera, obra de Bigatti, Fioravanti, Bustillo y Guido.
Separada de
Hernández en 1917, hacia 1920 Lola Mora se asocia en Buenos Aires al
inventor de una nueva técnica de proyección de películas
cinematográficas a plena luz. Al parecer su invento despierta el interés
de la prensa, pero no tiene éxito comercial. Se dedica durante esos
años a la realización de mausoleos, la mayoría de ellos ubicados en el
Cementerio de la Recoleta. Pocos años después se traslada a Salta, donde
invierte todo su capital en el desarrollo de una actividad minera que
finalmente no prospera. El gobierno acuerda otorgarle una pensión en
1935, un año antes de que falleciera en Buenos Aires, ya prácticamente
paralizada por un ataque cerebral.
Por los Senderosde Argentina